domingo, 6 de septiembre de 2009

LA PRINCESA MUNA

Rob Gonsalves

La princesa Muna nació en primavera. Su padre no la vio entonces porque estaba en la guerra. Por eso su madre, la reina Kali, la miró y observó por los dos durante horas y horas. La imaginó reina del reino reservado a los hombres. Ya no tendría más hijos y sería Muna la que redimiría los deseos de su madre de gobernar de manera justa y bella, como nadie lo habría hecho antes ni después, sin guerras de hombres y con l fuerza que sólo tenían las mujeres.
Su amor haría de su hija invencible. La pequeña no tendría que perder lo que ella, la reina consorte, había tenido que enterrar. Por supuesto tendría que enseñarle a ser perfecta, señora de los placeres y las virtudes, para que nadie osara derrumbarla. La reina vio y además lo previó regiamente. Lo planeó todo hasta comprobar en su mente con exactitud cómo su propia historia sería diferente. Entendió porqué el Señor del universo le entregaba aquella mágica oportunidad mediante un pequeño ser maravilloso. Desde el primer instante en que la cabecita de Muna asomó al mundo la Reina decidió ofrendarse a ella para hacer real una gran obra, un gran destino, aquel mismo que le había sido arrebatado. La princesa sería más fuerte y más bella que incluso ella misma, su madre. Estos y otros eran sus maternales deseos para evitarle los sufrimientos y el gran dolor que había tenido que padecer y callar.
Y así fue.
Desde muy temprana edad la pequeña princesa jugaba con los más extraordinarios artistas, que fueron oportunamente convocados a la corte. La Reina sonreía de satisfacción cuando la infanta asombraba a todos con sus conocimientos sobre pintura, arquitectura y las más excelsas artes del espíritu ya desde muy pequeña. En el reino fue prohibida toda música malsonante y vulgar para que los menudos oídos solo se regalaran con bellos acordes. Así mismo la pequeña debía pasar cada día cierto tiempo en la cocina para templar su carácter en los quehaceres más insignificantes. La niña fue aleccionada especialmente por su madre en el goze de la lectura y la filosofía, en los deberes, en la perfección y el temple de su espíritu.
Los magos de la corte se resistían a aceptar aquella disciplina, pero con fe observaban taciturnos los ojos vivaces y contemplativos de la niña. La Reina le replicaba que si un niño debía ser entrenado en el duro arte de la guerra, no menos debía esperarse de una hembra. Los magos callaban porque la reina no les escuchaba. Les hubiera gustado que la niña jugara más, cantara canciones menos estudiadas y que sobre todo no se viera obligada a repetir la vida de los niños soldados.
El Rey permanecía la mayor parte del tiempo ausente en tierras distantes y en guerras remotas. Cuando se encontraba en la corte permanecía distraido y ausente. Evitaba contrariar a la Reina porque también él temía sus exabruptos y su ira. El Rey callaba porque la Reina era furiosa como sus enemigos y en la corte no quería recordarlos.
La princesa fue convirtiéndose en una mente brillante muy admirada por todos. A veces, sin darse cuenta, se interesaba por la caza y los juegos de caballería. Le hubiera gustado jugar a aquellos juegos ya que no conocía ninguno. Quien sí lo apreció fue la Reina, que temió que la princesa se volcara al mundo de los caballeros reconociendo la primacía de que hacían gala. La Reina sintió que debía, lo antes posible, proteger a la princesa de aquel mundo que reservaba las aventuras y los reinos para los caballeros y abandonaba el resto a princesas casamenteras. Su hija algún día gobernaría y sería la primera Reina por derecho propio de un reino bello y justo, tal como ella hubiera deseado por sí misma.
La guerra una vez más estalló. Los caballeros partieron con sus lanzas y estandartes, sus juegos, sus cazas y con ellos partió también el Rey.
La princesa se quedó muy triste viéndoles marchar entre risas y canciones. Lloró una vez más sin que nadie lo supiera, solía hacerlo a menudo. Su fortaleza aumentaba de no ser como el escudo de los caballeros. Sus lágrimas lamentaban no ser perlas. En realidad, ella lamentaba no cumplir los deseos de su madre siendo la mejor con la fuerza más bravía y las lágrimas más delicadas, tal como había leído en los libros en que los poetas retrataban las cortes celestiales. La Reina Kari la reprendía casi constantemente por cada pequeño error que cometía, pues veía como su hija se alejaba del camino de perfección que le había sido predestinado. Pero la princesa no sabía que eran faltas sin más, creía fervientemente en el amor de su madre y en su imperfección, que pervivía pese a los denostados esfuerzos de la Reina por hacerla perfecta. Pasó el tiempo y poco a poco la princesa se volvió callada y misteriosa.
Ante el nuevo silencio de su hija, la reina Kali temía que añorara los trofeos y a su padre. En realidad muchas veces parecía tan distraida y ausente como el Rey. Aquello la exasperaba: ambos se parecían tanto.... Si todos sus esfuerzos hubieran sido vanos, nada tendría sentido. Así poco a poco fue descubriendo convencida que su hija no la quería. La torturaban los pensamientos más sombríos. Si bien la misma princesa y las brujas del reino, a las que consultaba constantemente para los asuntos más delicados y los más vulgares, le aseveraban lo contrario. Era inobjetable, la reina Kali lo comprobaba a diario con sus propios sentidos y se convencía más y más de ello en el ensimismamiento y distanciamiento de la princesa, quien ya no osaba confesarle sus sentimientos y pensamientos, ni tan siquiera se atrevía a decirle que no la quería. La princesa se sumió en el silencio. La Reina se exasperó ante su nueva enemiga.
El Rey no volvió. La princesa no le perdonó que la abandonara allí. La Reina lo añoró cada segundo a gritos y enloqueció. Tanto esfuerzo y tantos años de dedicación absoluta a la superación y a la preparación de la princesa solo la había privado de dedicarle amor a su amado esposo. Vio en la princesa a su mayor enemigo una vez más. El castillo se vistió de sombras y luto. El invierno invadió aquellas tierras para ocuparlo bárbaramente. La reina Kali, que tenía grandes poderes, llamaba a las criaturas de las sombras para que doblegaran a su enemiga. La princesa se encerró en su cuarto con libros y acertijos que le descifraran el porqué.
Mientras el corazón de la Reina ardía en cien fuegos y tormentas, la princesa, absorta en su alquimias, no se dio cuenta de cómo una noche sin luna la Reina de las Nieves la visitaba y helaba su corazón. La corte se ennegreció. La princesa solo sentía un incontenible afán por encontrar el País de la Primavera y un día se marchó en su búsqueda.
Cuando divisó por primera vez la Primavera no dio crédito, pues sentía frió. A la segunda vez sonrió con las verdes hierbecitas, sintió un tenue calorcillo y después frío, una vez más. A la tercera, se acarició en un jardín de rosas y se perfumó de jazmines. Pero sintió frío. No lo entendía y se preocupó. Recurrió a alquimistas de los más lejanos reinos. Bebió mejunges, brevajes y pócimas. Pero el mismo frío volvía a abrazarla cuando lo esperaba. Aquello era incontrolable.
Conoció el amor y la dicha junto a príncipes. También el dolor y la infelicidad junto a magos oscuros que le hablaban del País de la Primavera.
En uno de esos viajes se encontró el libro mágico de las mil y una razones. Lo estudiaba con ahinco para descubrir las coordenadas de aquel país deseado, el País de la eterna Primavera. Muchos acertijos y muchos reinos fueron. No existe en la tierra páginas suficientes para narrar las aventuras de la princesa que buscaba el País de la Primavera. Ella las mantenía en secreto excepto cuando necesitaba llamar la atención de los habitantes del País de los Sedentarios y de los Deseosos, lo que ocurría solamente cuando necesitaba llenar sus alforjas y dar de comer a su caballo, pues por algunas buenas historias obtenía lo que necesitaba. La princesa ya se había convertido en una mujer poderosa y fuerte mientras seguía buscando el País de la Primavera en silencio, callada y misteriosa, sintiéndose a cada segundo más débil.

Aunque parezca mentira, un día ya estaba muy, pero que muy cerca. Lo supo por las noticias que le referían los mercaderes. Viajó en grandes embarcaciones, en criaturas aladas y en caravanas. Muy poco antes de llegar, un hada la visitó y le confió que su padre la reclamaba. La princesa abandonó su camino para encontrarle, pues presentía que él en alguno de sus viajes guerreros había visto el País de la Primavera. Además ansiaba verlo y abrazarlo.
Llegó a un castillo cubierto de enredaderas. El Rey tenía la enfermedad del sol de las tierras lejanas de las guerras y no podía soportar la luz. Vivía rodeado de humead y oscuridad y estaba enfermo de dolor y de melancolía. Él también añoraba a la reina Kali. novio a su hija por más que lo deseaba y lo anhelaba. Vislumbró una sombra a la que preguntaba por su reina. Se lamentaba del pasado pidiendo perdón, en alguna ocasión, por no haber cuidado de la pequeña princesita. La nueva reina consorte de este reino decidió que la presencia de la princesa Muna era una mala influencia. La princesa tuvo que escapar en lo más profundo de la noche cuando no se podía ver su sombra para seguir con vida. Nunca volvieron a saber de ella.
La princesa estaba cansada de tantos viajes ingratos y seguía sintiendo frío. Entonces fue cunado decidió construir su propio castillo. Gracias a sus conocimientos `podría conseguir que los rayos del sol iluminaran su fortificación constantemente. Tendría un jardín siempre en primavera que compartiría con todos. La búsqueda infructuosa del País de la Primavera la había agotado a tal punto que ya no creía en él. Por lo tanto, construiría un jardín primaveral.
El primer año lo consiguió. Casi. Entre todos los que allí estaban había una reina desdichada que maldijo sus flores y el jardín marchito. El segundo año se prometió a sí misma trabajar con más ahinco, su jardín sería tan fuerte que nada lo destruiría. Lo consiguió. Casi. Si no fuera porque tenía un cierto extraño don para atraer a su corte a reinas desdichadas. Y así fue año tras año, frío, tras frío, derrota tras derrota. El castillo iba creciendo para acercarse al sol y poblar sus almenas de las flores más bellas, la primavera más duradera.
Ese año se desató una gran tormenta, las más grande nunca vista. Un rayo destruyó el castillo, que se encontraba, tan cerca del cielo y del sol. La princesa cayó desde lo más alto, donde casi siempre estaba cuidando amorosamente de sus flores y hierbas. Sus heridas tardaron muchos días y muchas noches en cicatrizar. Sus lamentos viajaban con el viento hacia tierras y mares remotos en el tiempo. Se dice que las ballenas aún recuerdan aquellos tristes sonidos y los repiten en las noches árticas. Perdido, todo estaba perdido. Todos sus esfuerzos, todas sus búsquedas, todos sus hallazgos, todos sus libros, todos sus ruegos. El País de la Primavera no existía; el jardín que tantos años de esfuerzos casi había levantado de la nada estaba destruido. La princesa se arrastraba por la tierra llena de heridas y desdicha como un gusano. De sus ojos caían lágrimas de sangre; de sus heridas, gotas de sal. Ya nunca más tendría la Primavera y era el ser más desgraciado. El luto cubrió su alma y cavó con sus manos su propia tumba en la tierra junto a los gusanos.
Un gran Mago pasó por allí. No extrañe a nadie dicha coincidencia, pues la vida de los humanos está llena de ellas y aún más la de las princesas de los cuentos. Se compadeció de ella, pues conocía su triste historia. Él también estaba de viaje, regresaba a su casa a reunirse con su familia después de una larga travesía en la que había ido a visitar a su madre, que le había confiado sus poderes para entregárselos a su nieta. Él sabía de la búsqueda de la princesa del País de la Primavera, de la visita de la Reina de las Nieves, que ella misma ignoraba, y del conjuro, el único conjuro, que la salvaría. Pero también sabía que antes la princesa no lo habría aceptado ni soportado. Era un conjuro grande y poderoso que exigía La Gran Humildad, y no todos los seres, por más que lucharan por ello, estaban preparados para tomarlo. El Mago cogió del cielo delicadamente cada una de las estrellas que caían y que la Princesa no había visto. Con ellas dibujó la imagen de la reina Kali. La princesa estaba aterrorizada, pero ya no le quedaban fuerzas para resistirse a nada. Tan grande había sido su pérdida porque ella lo había perdido todo y ya no le quedaba resistencia para luchar. El Mago hizo que la figura de la Reina abriera su boca y como un dragón lanzara cien fuegos. Tal como le ordenaba, entre le pánico y la salvación, la princesa se arrodilló y abrazó al dragón, al fuego y a su madre. Para su asombro no murió ni se quemó. Después el Mago la dejó marchar y se despidió. En el suelo brotó un gran lago de hielo derretido (del corazón de la princesa, que siempre sentía frío). Las nubes se desperezaron al sol. El Mago siguió su camino, así como llegó se fue.
La princesa se quedó atónita y feliz contemplando cómo el Cielo y la Tierra se acariciaban amorosamente. Ahora sólo tenía que esperar a que llegara la estación de la primavera que venía después del invierno, cada año.

Los Cuentos del Destino -Jimena Fernández Pinto-.

EL TEMIDO ENEMIGO

Mati Klarwein

Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba mucho sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo.Él necesitaba, además, que todos lo admiraran por ser poderoso. Así como la madrastra de Blancanieves no tenía bastante con verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que era. Él no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes preguntar si él era el más poderoso.
Invariablemente, todos le decían lo mismo:
-Alteza, eres muy poderos, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee. Él conoce el futuro.
En aquella época, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran genéricamente "magos".
El rey estaba muy celoso del mago del reino, pues éste no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generoso, sino que además el pueblo lo amaba, lo admiraba y festejaba que existiera y que viviera allí.
No decían lo mismo del rey.
Quizá porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo ni ecuánimo, y mucho menos bondadoso.
Un día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago, o motivado por esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un plan: organizaría una gran fiesta a la que invitaría al mago. Después de la cena, pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y, delante de los cortesanos, le preguntaría si era cierto que sabía leer el futuro. El invitado tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama. Entonces le pediría que dijera en qué fecha iba a morir el mago del reino. Éste daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál. El rey tenía planeado sacar su espada y matarlo en ese mismo momento. Así conseguiría dos cosas de un golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro ya que se habría equivocado en su predicción. En una sola noche se acabarían el mago y el mito de sus poderes...
Los preparativos se iniciaron en seguida y muy pronto llegó el día del festejo.
Después de una gran cena, el rey hizo pasar al mago al centro y se dirigió a él:
-¿Es cierto que puedes leer el futuro?
-Un poco- dijo el mago.
-¿Y puedes leer tu propio futuro?- preguntó el rey.
-Un poco- dijo el mago.
-Entonces quiero que me des una prueba- continuó el rey-. ¿Qué día morirás? ¿Cuál es la fecha de tu muerte?
El mago sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.
-¿Qué pasa, mago?- dijo el rey, sonriente-. ¿No lo sabes? ¿no es cierto que puedes ver el futuro?
-No es eso- contestó el mago-. Pero lo que sé, no me atrevo a dec´rtelo.
-¿Cómo que no te atreves?- dijo el rey-... Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy importante para el reino saber cuándo perderemos a sus personajes más eminentes. Contéstame, pues. ¿Cuándo morirá el mago del reino?
Después de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:
-No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el rey.
Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió entre los invitados.
El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni adivinaciones, pero lo cierto es que no se atrevió a matar al mago.
Lentamente, el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio.
Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.
Se dio cuenta de que se había equivocado.
Su odio había sido el peor consejero.
-Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede?- preguntó el invitado.
-Me encuentro mal- contestó el monarca-. Voy a ir a mi habitación. Te agradezco que hayas venido...
Y con un gesto confuso, giró en silencio encaminándose a sus habitaciones.
Pensó que el mago era astuto. Había dado la única respuesta que podía evitar su muerte.
¿Habría adivinado su muerte?
La predicción no podía ser cierta. Pero, ¿y si lo fuera?. Estaba aturdido...
El rey volvió sobre sus pasos y dijo en voz alta:
-Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría. Te ruego que pases esta noche en palacio, pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.
-!Majestad! Será un gran honor...-dijo el invitado con una reverencia.
El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y custodiasen su puerta asegurándose de que no le pasara nada.
Esa noche, el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando qué pasaría si al mago le hubiera sentado mal la comida, o si se hubiera hecho daño accidentalemente durante la noche, o si simplemente le hubiera llegado su hora.
Muy temprano por la mañana, el rey golpeó la puerta de las habitaciones de su invitado.
Nunca en su vida se le había ocurrido consultar a nadie antes de tomar sus decisiones, pero esta vez, en cuanto el mago le, recibió, hizo la pregunta...Necesitaba una expcusa.
Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.
El rey, casi sin escuchar la respuesta, alabó a su huesped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más, supuestamente para "consultarle" otro asunto...(Obviamente, el rey sólo quería asegurarse de que no le pasara nada).
El mago, que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados, aceptó.
Desde entonces, todos los días por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarle y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.
No pasó mucho tiempo hasta que el rey se dio cuenta de que los consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminó, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de sus decisiones.
Pasaron los meses, y luego los años.
Y, como siempre, estar cerca del que sabe hace más sabio al que no sabe.
Así fue. Poco a poco, el rey se fue volviendo más y más justo.
Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderosos, y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder.
Empezó a aprender que la humildad también podía tener sus ventajas.
Empezó a reinar de una manera más sabia y bondadosa.
Y sucedió que su pueblo empezó a amarlo como nunca antes lo había hecho.
El rey ya no iba a ver al mago para preguntar por su salud, sino simplemente para aprender, para compartir una decisión o simplemente para charlar.
El rey y el mago llegaron a convertirse en excelentes amigos.
Hasta que un día, más de cuatro años después de aquella cena, sin que hubiera ningún motivo, el rey recordó.
Recordó que aquel hombre al que ahora consideraba su mejor amigo había sido su odiado enemigo.
Recordó el plan que había urdido para matarlo.
Y se dio cuenta de que no podía seguir mateniendo aquel secreto sin sentirse un hipócrita.
El rey hizo acopio de coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y, cuando entró, le dijo:
-Hermano mío, tengo algo que contarte que me oprime el pecho.
-Dime -dijo el mago- y alivia tu corazón.
-La noche que te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería saber nada sobre tu futuro, en reealidad. Planeaba matarte fuese cual fuese tu respuesta. Queria que tu muerte inesperada desmitificara tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban... Estoy tan avergonzado...
El rey suspiró profundamente y siguió:
-Aquella noche no me atreví a matarte, y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos, me aterra pensar todo lo que habría perdido si lo hubiera hecho. Hoy siento que no puedo seguir ocultándote mi infamia. Necesitaba decirte todo esto para que me perdones o me desprecies, pero sin engaños.
El mago lo miró y le dijo:
-Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo. Pero, de todos modos, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando me hiciste aquella pregunta y acariciaste con la mano el puño de tu espada, fue tan clara tu intención que no hacía falta ser adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer.
El mago sonrió y puso su mano sobre el hombro del rey.
-Como justa devolución a tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí. Te confieso que inventé esa absurda historia de mi muerte antes que la tuya para darte una lección. Una lección que hasta hoy no has podido aprender. Quizá sea lo más importante que te he enseñado.
"Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles...Sin embargo, si nos damos tiempo, terminamos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en otro momento rechazamos.
"Tu muerte, mi querido amigo, llegará justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes.
El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentía en aquella relación que habían sabido construir juntos.
Cuenta la leyenda
que, misteriosamente,
aquella misma noche
el mago...
murió mientras dormía.
El rey se enteró de la mala noticia al día siguiente, y se sintió desolado. No estaba angustiado por la idea de su propia muerte. No estabaangustiado por la idea de su propia muerte. Había aprendido del mago a despegarse incluso de su permanencia en este mundo.
Estaba triste por la muerte de su amigo. ¿Qué extraña coincidencia había hecho que el rey le pudiera contar aquello al mago justo la noche anterior a su muerte?
Tal vez, de alguna manera desconocida, el mago había hecho que él pudiera decirle aquello para poder liberarlo de su miedo a morir al día siguiente.
Fue un último acto de amor para librarlo de sus temores de otros tiempos...
Cuentan que el rey se levantó y que cavó con sus propias manos una tumba para su amigo el mago en el jardin, bajo su ventana.
Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como sólo se puede llorar ante la pérdida de los seres más queridos.
Y, recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación
Cuenta la leyenda que esa misma noche, veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey murió en su lecho mientras dormía...
Quizá por casualidad...
Quizá por dolor...
Quizá para confirmar la última enseñanza de su maestro.

Cuentos Para Pensar -Jorge Bucay-.

¿CONTRA QUIÉN LUCHAMOS?

John Pitre

Se cuenta lo siguiente de un viejo anacoreta o ermitaño, es decir, una de esas personas que por amor a Dios se refugian en la soledad del desierto, del bosque o de las montañas para solamente dedicarse a la oración y a la penitencia.
Se quejaba muchas veces que tenía demasiado quehacer. La gente preguntó cómo era eso de que en la soledad estuviera con tanto trabajo.
Les contestó:
"Tengo que domar a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente, cargar un asno y someter a un león".
No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives.
¿Dónde están todos estos animales?
Entonces el ermitaño dio una explicación que todos comprendieron.
Porque estos animales los tienen todos los hombres, ustedes también.
Los dos halcones, se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo. Tengo que domarlos para que sólo se lanzan sobre una presa buena, son mis ojos.
Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan. Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir, son mis dos manos.
Y los conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las cosas difíciles. Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento, un problema o cualquier cosa que no me gusta, son mis dos pies.
Lo más difícil es vigilar la serpiente aunque se encuentra encerrada en una jaula de 32 varillas.
Siempre está lista por morder y envenenar a los que la rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo de cerca, hace daño, es mi lengua.
El burro es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber. Pretende estar cansado y no quiere llevar su carga de cada día, es mi cuerpo.
Finalmente necesito domar al león, quiere ser el rey, quiere ser siempre el primero, es vanidoso y orgulloso, es mi corazón.

LÖTE

Loly Criado Plaza

La casa de Löte era hermosa. Así lo creía ella y así los conocidos, amigos y familiares cuando se encontraban allí. Era una casa embriagadora por su calidez. A nadie preocupaba aquel cuarto que pasaba desapercibido y que nunca habían visto. Löte tampoco entraba en él. Un día había sido cerrado con un pequeño candado de fuerte metal. Con el tiempo, Löte había dejado de acercarse ni tan siquiera a la puerta, y a fuerza de ignorarlo se había olvidado de su existencia. Sin embargo empezó a tener pesadillas en las que el cuarto, por supuesto, era el protagonista. Se apoderó de ella un sentimiento extraño mezcla de culpa y de miedo. Y cuanto más cómoda se sentía con el resto de la casa, más presente se hacía aquel raro malestar. Al principio decidió hacer grands fistas esu ca cas cada día. La casa se llenaba d ruido. Luego, sin saber por qué y sin darse cuenta, dejó de invitar poco a poco personas a su casa. Ocasionalmente venía algún amigo o amiga muy íntimo. Al cabo de un cierto tiempo ni tan siquiera ellos.
Sucedió que aquel invierno fue particularmente duro. Hubo grandes nevadas y muchas casaa quedaron aisladas. La de Löte también. Ella se pasaba el ía entero en casa bordando, tocando el piano, leyendo y con aquel frío. A veces levantaba la vista y tenía la sensación de ver solamente aquel cuarto entre aquella nieve, aque cuarto que la atemorizaba tanto. Los días se volvieron iguales a las noches: blancos y fríos. No era esto lo que más la inquietaba, era la desazón de no saber por qué, por qué no podía acercarse a aquella habitación. No era una mujer cobarde. Pero su propia duda la sumía en la desesperación. Entonces de nada servía recordar las palabras del párroco, que la conminaba a tener fe.
En la casa empezaron a tenr lugar acontecimientos extraños, quizás sería el aislamiento que la conducía a imaginarse cosas. Lo que más le llamó la atención fue el ruido. Cuando más distraída se encontraba, sin previ aviso, escuchaba aquel ruido. Hasta que un día descubrió para su propia sorpresa que el ruido provenía del cuarto. Se dio cuenta de que siempre había vivido con aquella extraña sensación, aquel miedo la había acompañado todos los años de su vida, al menos hasta donde conseguía recordar. !Por eso nunca había abierto la puerta! Descubrirlo fue como un milagro. Sin emabrgo seguía sintiéndolo. Lo decidió: lo quemaría, quemaría el cuarto, aunque para ello tuviera que emplear los últimos leños que le quedaban. Ardería el resto de la casa y quizás hasta ella misma. No importaba, sí importaba. No importaba...
Y sucedió lo que, estás esperando.
Quizás fue su determinación...Lo que sucedió fue que Löte abrió la puerta. Fue tan dificil como intuía y al vez muy sencillo. El candado era pequeño, apenas hizo falta una cucharilla de café para romperlo. Löte se quedó petrificada al encontrar lo que hábía allí dentro, eso explicaba el ruido. Había un león. Pues si, un león. Pero más le sorprendió lo que sucedió a continuación: ponerse a cantar una nana y que el león se acercara ronroneando. A partir de entonces la puerta de aquel cuarto no volvió a ser cerrada y el elón deambulaba por la casa, se paseaba por donde Löte siempre pudiera verlo, por delante de ella, nunca por detrás.
A veces sentimos tanto miedo como Löte, el miedo del mismo tipo: aparentemente no tiene ninguna explicación y luego...Löte se v quedando cada vez más sola y siente que no tiene más remedio que abrir aquella puerta. ¿Tú también la habrías abierto? Pero si imaginamos que la abrir la puerta de una habitación de casa encontramos dentro un león....
Hay humanos que resultan ser grandes fieras y a veces no podemos huir corriendo como nos gustaría. En otras ocasiones somos nosotros mismos, con ese aspecto interior bestial que no atiende a razones y que nos desbordan. Pero, ¿qué otras posibilidades ofrece una situación de este tipo? La única manera de saberlo es imaginándolo en primera persona. No hay otra manera de saber qué hace nuestro león para llegar a rugir con tanta fuerza o qué podemos hacer nosotros para apaciguarlo.
Tener en casa un león requiere medirse con una energía muy honda, muy animal y primitiva. ¿Qué harías si en una habitación de tu casa hubiera un león? No vale salir corriendo. Eso implicaría abandonar tu hogar y te sentirías huérfano por mucho tiempo, irías de país en país buscando tu casa, que está en la dirección contraria. Bueno, también es posible que después de tanto vagar reunieras la fuerza y la experiencia suficiente para encontrarte con tu león, ¿verdad? La vida da muchas vueltas y su fuerza es mucho más sabia que nosotros. Pero aquí estamos en casa, en el hogar, dulce hogar, o en una cueva; sea lo que sea, es nuestra casa, hemos de tomar posesión de ella con todos sus habitantes y sus pertenencias. Vayamos donde vayamos, estará con nosotros, o mediante la aceptación o mediante el rechazo, pero ahí estará. Nuestra casa somos nosotros mismos. Nos habitamos.
Podemos no hacerle caso al león, convertirnos en personas razonables, que hacen lo que deben hacer en todo momento siguiendo los dictados de su cultura, que sopesan cada lado de cada cuestión y adoptan la postura más aceptable. Pero estas personas acaban por explotar incontrolablemente, se asustan de sí mismos o de su parte de león hambriento.
Podemos hacerle caso al león, convertirnos en personas apasionadas, que hacen siempre lo que les dictan sus impulsos, sin tener en cuenta más que lo que sienten. Estas personas explotan a menudo ante lo que consideran inaceptable.
El impulso existe para todos. A veces es necesario volcarse a él, otras no. ¿Cómo saberlo?

Los cuentos del destino -Jimena Fernández Pinto-.

jueves, 3 de septiembre de 2009

LA LECHERA

David Schluss

Iba la lechera con su cántaro. Tropezó, cayó el cántaro al suelo y se quebró. La lechera se echó a llorar desconsoladamente.
Le preguntó un hombre que pasaba, y que había leído la fábula de la lechera:
-¿Lloras porque con la leche ibas a comprar huevos, que te iban a dar pollos, que se iban a volver gallinas, que ibas a cambiar por una ternera,que se convertiría en vaca y te daría más terneras que venderías para comprar una casa y ya dueña de casa encontrarías marido?
-No -respondió la lechera-.
Lloro porque quebré mi cántaro y derramé la leche. Eso es lo que perdí, y eso es lo que lloro. Las lágrimas que se lloran por los sueños perdidos, son lágrimas perdidas,
y no quiero perder también mis lágrimas.

EL PESCADOR Y EL BANQUERO

Guillermo Pérez Villalta

Un banquero de inversión americano estaba en el muelle de un pueblecito mexicano cuando llegó un botecito con un solo pescador. Dentro del bote había varios atunes amarillos de buen tamaño. El americano elogió al mexicano por la calidad del pescado y le preguntó:
- ¿Cuánto tiempo le costó pescarlos?
El mexicano respondió:
- Muy poco tiempo
El americano le volvió a preguntar:
- ¿Por qué no permaneces más tiempo y sacas más pescado?
El mexicano dijo que él tenía lo suficiente para satisfacer las necesidades inmediatas de su familia.
- Pero, ¿qué haces con el resto de tu tiempo? -añadió el americano.
- Duermo hasta tarde, pesco un poco, juego con mis hijos, me hecho la siesta, voy todas las noches al pueblo a tomar unos vinos y toco la guitarra con mis amigos -respondió el mexicano. El americano replicó:
- Soy un banquero de Harbad y podría ayudarte. Te explico...Verás: deberías gastar más tiempo en la pesca, con los ingresos comprar un bote más grande, con los ingresos del bote más grande podrías comprar varios botes; eventualmente tendrías una flota de botes pesqueros. En vez de vender el pescado a un intermediario lo podrías hacer directamente a un procesador; eventualmente abrir tu propia procesadora. Deberías controlar la producción, el procesamiento y la distribución. Deberías salir de este pueblo e irte a Ciudad de México; luego, a los Ángeles y, eventualmente, a Nueva York, donde manejarías tu empresa de expansión.
El pescador mexicano preguntó:
- Pero, ¿cuánto tiempo tarda todo eso?.
A lo cual respondió el americano:
- Entre 15 y 20 años.
- ¿Y luego qué?
El americano se rió y dijo que esa era la mejor parte: - Cuando llegue la hora deberías anunciar una Oferta Inicial de Acciones y vender las de tu empresa al público. Te volverás rico: ¡Tendrás millones!
- Millones...¿y luego qué?
El americano dijo:
- Luego te puedes retirar: te vas a un pueblecito en la costa donde puedas dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con tus hijos, echar una siesta, ir todas las noches al pueblo a tomar unos vinos y tocar la guitarra con tus amigos.
- Pero...qué cree que hago ahora".

Jorge bucay

ECO Y VIDA

Simon Bull

Van caminando en las
montañas un padre e hijo,
de repente, el hijo se cae, se lastima y grita:
"aaaaaahhhhhhhhh!!!!!"

Para su sorpresa oye una voz repitiendo en
algún lugar de la montaña:
"aaaaaahhhhhhhhh!!!!!"
Con curiosidad el niño grita:
"QUIÉN ESTÁ AHI??"
recibe una respuesta: QUIÉN ESTÁ AHI??".
Enojado con la respuesta, el niño grita:
"COBARDE"
y recibe de respuesta: "COBARDE"
El niño mira a su Padre y le pregunta:
"Qué sucede??"
El Padre, sonríe y le dice:
"hijo mío, presta atención"
Entonces el padre grita a la montaña:
"TE ADMIRO"
y la voz le responde: "TE ADMIRO"
de nuevo, el hombre grita:
"ERES UN CAMPEÓN"
y la voz le responde: "ERES UN CAMPEÓN",
de nuevo, el hombre grita:
“ESTAS LLENO DE EXITOS”
y la voz le responde: “ESTAS LLENO DE EXITOS”.
El niño estaba asombrado, pero no entendía.
Luego, el padre le explica, la gente lo llama Eco,
pero en realidad ES LA VIDA!!!...
Te devuelve todo lo que dices o haces...
Nuestra vida es simplemente
un reflejo de nuestras acciones,
si deseas más amor en el mundo,
crea más amor a tu alrededor,
si deseas felicidad,
da felicidad a los que te rodean,
si quieres una sonrisa en el alma,
da una sonrisa al alma de los que conoces
Esta relación se aplica a todos
los aspectos de la vida,
la vida te dará de regreso,
exactamente aquello que tú le has dado.
Tú vida, no es una coincidencia,
es un reflejo de tí.
Alguien dijo......

"SI NO TE GUSTA LO QUE
RECIBES DE VUELTA,
REVISA MUY BIEN LO
QUE ESTAS DANDO"
QUE
DIOS
LOS BENDIGA