domingo, 6 de septiembre de 2009

LÖTE

Loly Criado Plaza

La casa de Löte era hermosa. Así lo creía ella y así los conocidos, amigos y familiares cuando se encontraban allí. Era una casa embriagadora por su calidez. A nadie preocupaba aquel cuarto que pasaba desapercibido y que nunca habían visto. Löte tampoco entraba en él. Un día había sido cerrado con un pequeño candado de fuerte metal. Con el tiempo, Löte había dejado de acercarse ni tan siquiera a la puerta, y a fuerza de ignorarlo se había olvidado de su existencia. Sin embargo empezó a tener pesadillas en las que el cuarto, por supuesto, era el protagonista. Se apoderó de ella un sentimiento extraño mezcla de culpa y de miedo. Y cuanto más cómoda se sentía con el resto de la casa, más presente se hacía aquel raro malestar. Al principio decidió hacer grands fistas esu ca cas cada día. La casa se llenaba d ruido. Luego, sin saber por qué y sin darse cuenta, dejó de invitar poco a poco personas a su casa. Ocasionalmente venía algún amigo o amiga muy íntimo. Al cabo de un cierto tiempo ni tan siquiera ellos.
Sucedió que aquel invierno fue particularmente duro. Hubo grandes nevadas y muchas casaa quedaron aisladas. La de Löte también. Ella se pasaba el ía entero en casa bordando, tocando el piano, leyendo y con aquel frío. A veces levantaba la vista y tenía la sensación de ver solamente aquel cuarto entre aquella nieve, aque cuarto que la atemorizaba tanto. Los días se volvieron iguales a las noches: blancos y fríos. No era esto lo que más la inquietaba, era la desazón de no saber por qué, por qué no podía acercarse a aquella habitación. No era una mujer cobarde. Pero su propia duda la sumía en la desesperación. Entonces de nada servía recordar las palabras del párroco, que la conminaba a tener fe.
En la casa empezaron a tenr lugar acontecimientos extraños, quizás sería el aislamiento que la conducía a imaginarse cosas. Lo que más le llamó la atención fue el ruido. Cuando más distraída se encontraba, sin previ aviso, escuchaba aquel ruido. Hasta que un día descubrió para su propia sorpresa que el ruido provenía del cuarto. Se dio cuenta de que siempre había vivido con aquella extraña sensación, aquel miedo la había acompañado todos los años de su vida, al menos hasta donde conseguía recordar. !Por eso nunca había abierto la puerta! Descubrirlo fue como un milagro. Sin emabrgo seguía sintiéndolo. Lo decidió: lo quemaría, quemaría el cuarto, aunque para ello tuviera que emplear los últimos leños que le quedaban. Ardería el resto de la casa y quizás hasta ella misma. No importaba, sí importaba. No importaba...
Y sucedió lo que, estás esperando.
Quizás fue su determinación...Lo que sucedió fue que Löte abrió la puerta. Fue tan dificil como intuía y al vez muy sencillo. El candado era pequeño, apenas hizo falta una cucharilla de café para romperlo. Löte se quedó petrificada al encontrar lo que hábía allí dentro, eso explicaba el ruido. Había un león. Pues si, un león. Pero más le sorprendió lo que sucedió a continuación: ponerse a cantar una nana y que el león se acercara ronroneando. A partir de entonces la puerta de aquel cuarto no volvió a ser cerrada y el elón deambulaba por la casa, se paseaba por donde Löte siempre pudiera verlo, por delante de ella, nunca por detrás.
A veces sentimos tanto miedo como Löte, el miedo del mismo tipo: aparentemente no tiene ninguna explicación y luego...Löte se v quedando cada vez más sola y siente que no tiene más remedio que abrir aquella puerta. ¿Tú también la habrías abierto? Pero si imaginamos que la abrir la puerta de una habitación de casa encontramos dentro un león....
Hay humanos que resultan ser grandes fieras y a veces no podemos huir corriendo como nos gustaría. En otras ocasiones somos nosotros mismos, con ese aspecto interior bestial que no atiende a razones y que nos desbordan. Pero, ¿qué otras posibilidades ofrece una situación de este tipo? La única manera de saberlo es imaginándolo en primera persona. No hay otra manera de saber qué hace nuestro león para llegar a rugir con tanta fuerza o qué podemos hacer nosotros para apaciguarlo.
Tener en casa un león requiere medirse con una energía muy honda, muy animal y primitiva. ¿Qué harías si en una habitación de tu casa hubiera un león? No vale salir corriendo. Eso implicaría abandonar tu hogar y te sentirías huérfano por mucho tiempo, irías de país en país buscando tu casa, que está en la dirección contraria. Bueno, también es posible que después de tanto vagar reunieras la fuerza y la experiencia suficiente para encontrarte con tu león, ¿verdad? La vida da muchas vueltas y su fuerza es mucho más sabia que nosotros. Pero aquí estamos en casa, en el hogar, dulce hogar, o en una cueva; sea lo que sea, es nuestra casa, hemos de tomar posesión de ella con todos sus habitantes y sus pertenencias. Vayamos donde vayamos, estará con nosotros, o mediante la aceptación o mediante el rechazo, pero ahí estará. Nuestra casa somos nosotros mismos. Nos habitamos.
Podemos no hacerle caso al león, convertirnos en personas razonables, que hacen lo que deben hacer en todo momento siguiendo los dictados de su cultura, que sopesan cada lado de cada cuestión y adoptan la postura más aceptable. Pero estas personas acaban por explotar incontrolablemente, se asustan de sí mismos o de su parte de león hambriento.
Podemos hacerle caso al león, convertirnos en personas apasionadas, que hacen siempre lo que les dictan sus impulsos, sin tener en cuenta más que lo que sienten. Estas personas explotan a menudo ante lo que consideran inaceptable.
El impulso existe para todos. A veces es necesario volcarse a él, otras no. ¿Cómo saberlo?

Los cuentos del destino -Jimena Fernández Pinto-.

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